Una de las cosas que más distancia a las personas del consumo de vinos es, sin duda, que éste se asocia con una actitud esnob, a tal punto de que pareciera de que si uno no está suficientemente formado no puede disfrutar de ellos.
Por Manuel de Santiago Freda (especial para Vínica)
Se ha escrito mucho sobre la parafernalia que rodea al mundo de los vinos, pero nunca es suficiente insistir en que un producto tan tradicional como el vino debería tomarse con mayor naturalidad, como si se tratase de un amigo al que frecuentamos y a cuya presencia estamos acostumbrados.
Producen rechazo entre los consumidores de ‘a pie’ las descripciones demasiado creativas sobre el color, los aromas y el sabor del vino. «Yo no encuentro el regaliz por ningún lado», me dice molesto un querido amigo durante una cata. El sumiller al mando se tomó varios minutos para describir aromas «balsámicos, de regaliz con un toque anisado». Mi amigo se siente un poco tonto por no distinguir estos aromas. Y yo también.
No obstante, para consolarlo le explico que la mayor parte de estos descriptores son convencionales, es decir, que resultan comunes para quienes están metidos ‘en el ajo’ y se utilizan para ofrecer alguna información acerca de los vinos. Sin embargo, de poco le sirve mi consuelo, pues él no forma parte del reducido grupo que habla este críptico lenguaje, que a simple vista parece más arbitrario que convencional.
Este vino es como «un paseo por el campo otoñal de Valladolid», o bien, tiene «aroma a cerezas maduras del Jerte». Esta clase de referencias específicas suelen confundir a quienes las leen y crear una sensación de lejanía. ¿Cuántos de nosotros hemos paseado en otoño por los campos vallisoletanos o almorzado unas cerezas extremeñas con DO? ¿Realmente para poder disfrutar del vino es necesaria tanta pompa? Por supuesto que no.
Sin embargo, ¿debemos rechazar estas notas de cata per se o algo valioso se puede encontrar en ellas? En lo personal considero que las notas de cata más generales y menos específicas sí contribuyen a aumentar el conocimiento de las percepciones de un vino e incluso ofrecer algunos datos de interés, como por ejemplo, si el vino tiene buena acidez; si es notoria la fruta o, por el contrario, predominan los tostados de las barricas; si se manifiesta demasiado tánico o esa tanicidad está domada; si en boca es corpulento o ligero, entre otros.
Un consumidor de vinos debería conocer el perfil de vinos que le gustan y para ello las notas de cata pueden ser útiles, aunque sin sustituir la experiencia personal, que es la que finalmente define si un vino nos gusta o no, por más que su descripción sea rimbombante y que tenga tantos puntos en las guías de prestigio.
Dejemos las frases complejas a las reseñas de los expertos, en las que combinan las notas de cata con comentarios sobre las sensaciones vividas frente a una copa de vino. Depende de cada persona profundizar en estas percepciones o simplemente gozar con el momento sin mayores pretensiones. Hay que beber los vinos con naturalidad y disfrutar de los momentos de placer que nos regalan. Después de todo, si uno quiere puede entrenar sus sentidos para descubrir más cosas en cada vino y no solo para hacerse el ‘entendido’, que de esos hay muchos por la vida.